Le llamó "perra", y yo en medio de la confusión no alcancé a entender lo que sucedía. Hasta que pasado un momento, me le acerqué a la agredida y pude notar cómo disimulando el ataque anterior, me preguntaba que había sucedido. Le llamó "perra" de la manera mas humillante y degradante posible, pero ella había decidido obviarlo.
Ella, la misma que desde hacía dos semanas había decidido ser mi Ángel y mi Demonio. Ella, que había decidido ser mi defensora y también mi juez. Ella, que sin mi permiso había decidido lastimar mi ego, y a través de la mas falsa sonrisa, había pretendido sin embargo, consolarlo.
Allí estaba esa mujer; a la que algunas veces odié y a la que tantas cosas quise gritarle en medio de profundos momentos de frustración. Allí estaba, sonriendo, disimulando lo que el gran jefe le había gritado desde la otra habitación.
Debí sonreir también, estoy segura de que debí sentir alguna especie de felicidad, como resultado irreversible de eso que llaman venganza. Pero no. No fue eso lo que sentí. De hecho, sentí una silenciosa tristeza. De ver su mentira caer. De entender que hasta los demonios tienen demonios a quienes temer.
Le dí la espalda. La escena me resultó repulsiva. No podía tolerar la inferioridad que me mostraba. Ahí estaba mostrandome su alma. Inevitablemente se había vuelto humana y vulnerable. Pero no fui capaz de ser entonces su consoladora. Yo no estaba dispuesta a la ambiguedad de papeles a la que ella acostumbraba. Una vez que me mostró su vulnerabilidad, el momento fue definitivo: A partir de ahora, yo también sería uno de sus demonios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario